miércoles, 28 de septiembre de 2011

DE MI MADRE, APRENDÍ

21:00, del sábado 4 de septiembre. Con un impresionante público que participaba del programa reina de Milagro, evento  de gala, luces y glamour una llamada telefónica del menor de mis hermanos me transmitía el siguiente mensaje “Negro, malas noticias, nuestra madre ha  muerto”. Y las cuerdas musicales de mi espíritu, cual noche de verano frío, daban paso a la tristeza, al llanto, al crujir de dientes, a la resignación.

Con el quebrantamiento de mi alma corrí vertiginosamente por la vía principal intentando descifrar el por qué  de este final si horas antes el diagnóstico médico era alentador. Entre las sombras de la noche, la “hermana muerte” sacudía la unión familiar separada por las distancias que unen a Guayaquil con Milagro, puesto que buscamos la mejor atención médica que nos garantice el retorno al hogar de la “autora de nuestros días”.
En menos de un mes GLADYS LUSMILA BALLADARES ARIAS, hospitalizada en el Luis Vernaza, donde permaneció tres semanas en terapia intensiva. Aquella noche, por voluntad del Supremo Creador retornaba a su seno, dejando en nuestros corazones un legado de paz, de sencillez, de entrega incondicional, de lucha ante las adversidades de la vida, de amor por su esposo, sus hijos, sus hijos políticos, sus nietos.

Las lágrimas vertidas fueron secadas por los seres que tanto amo. Mi padre, mi esposa, mis hijos, mis hermanos, el amigo incondicional, los compañeros de trabajo tanto de la Municipalidad como de la Universidad. Ellos que sintieron mi tristeza y mi llanto, se merecen el más profundo de mis agradecimientos. Siendo éste el valor, asimilado por aquella mujer que hizo extensivo el amor de Dios en cada uno de nuestros corazones, con cada mensaje impartido, con cada momento vivido, con cada caricia dada.

De mi madre aprendí que Dios jamás nos prometió días sin dolor, risa sin tristeza, sol sin lluvia.
De mi madre aprendí que Dios nos prometió fuerzas para cada día. Aprendí que él nos da el consuelo para las lágrimas. Y aprendí ante el viaje sin retorno, ver la luz del camino que conduce a la vida.
Aprendí, que a los treinta días de tu partida, vana sería tu muerte, si no consolidamos el amor puro del cual ahora gozas con la cristalización de los proyectos que juntos elaboramos. Hoy que físicamente te encuentras ausente, seguramente cada una de las iniciativas darán el fruto anhelado puesto que intercederás ante el Supremo para que ASÍ SEA.
Aprendí, que Dios podó la mejor de sus flores en la tierra para transformarla en incienso agradable a la cual se unen nuestras súplicas. Aprendí que la muerte es una mudanza puesto que al otro lado gente maravillosa como tu padre, tus hermanos y cuñada, te esperaron aguardando el más bello de los encuentros.
De mi madre aprendí en carne viva aquellas palabras de Facundo Cabral: “Cuando la vida te presente mil razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y unas razones por los cuales sonreír”. Con todo el amor que abonaste en mi corazón… 

 JAVIER PAGUAY BALLADARES, TU PRIMOGÉNITO

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