Gladys Lusmila Balladares, en tu vientre sagrado se gestó nuestra vida. |
La brisa matinal propia del
verano costeño me regaló una sensación especial. El reloj marcaba las 04:30 y
el descanso habitual se esfumó. Sentado, observaba el ingreso de la luz emanada por la luna sobre el velador de mi
aposento. La fotografía de mi
progenitora se iluminó. Comprendí que era
el momento de volver a dialogar con mamá. Para quienes conocen de esta historia,
ella no habita en el mundo de los mortales.
“Madrecita de mi vida”, fue la
exclamación profunda que emergió de mi espíritu. Con una retrospectiva de mi
vida, me transporté hasta mi niñez para conmemorar los momentos compartidos. En
este salto dialéctico, aparece el despertar con un beso característico de mi
madre; así también, los pantalones
sucios que abnegadamente lavaba. Visualicé el secado de mis lágrimas ante el llanto dado en mi primera caída; ella velozmente
acudió a levantarme mostrándome su eterna preocupación y apoyo
incondicional.
Moraleja que inspira esta jornada
para asumir los contratiempos de hoy. “Dios, grande y sublime eres”. Disfrutas
de la bondad y amor de un ser que tenía mucho de ti: comprensión, ternura,
bendición, bondad y amor que traspasa las esferas de este mundo terrenal hacia el espiritual. Hoy ella acude hacia mí como muestra de seguir brindándome su apoyo ahora celestial.
Las lágrimas no se hicieron esperar. Encendí un cirio para profundizar el diálogo espiritual
mientras se iluminaba la fotografía. El sonido del ave anunció el amanecer de
un día que permite al autor de esta nota, junto a sus 7 hermanos, agradecer al Supremo Creador
colocando en sus santas manos a nuestra madre querida a quien agradecemos, pues
ternura entrega y amor nos ofreció en esta vida.
“Mi madre fue la mujer más bella
que jamás conocí. Todo lo que soy… se lo debo a ella”.
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